1996.

Corrían los años... Espera, ¿a quién le importaba? Un buen coche, un buen apartamento, unos tacones caros, un vestido bonito, pintalabios rojo y, cómo no, el novio perfecto. Cogí el pasaporte falso y me lo guardé en el sujetador. Miré la hora y tiré el reloj al suelo. Adiós, dulce vida en Malibú. Hola, gasolineras de carretera. Dulce, dulce vida.

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